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(¿Seguro que, en los tiempos reformistas que vienen. Rajoy es the right man in the right place?))
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De aquí a una semana, sabremos cuáles eran los sondeos, hoy tan dispares, que tenían razón. No me fío de las encuestas en un ambiente tan enrarecido como el que caracteriza el panorama político catalán, que incita a la ocultación de la intención de voto: yo mismo no estoy seguro de que, abordado en la calle o en mi domicilio, o por teléfono, por un desconocido, dijese la verdad de mis intenciones ante la urna. Tal es el clima que ha presidido la que ha sido llamada la campaña más rara, irregular y nefasta de la historia electoral española, que lo probable es que, más allá de estar seguro de en cuál de los dos grandes bloques me incluiría, tampoco sabría por cuál de las opciones concretas decidirme.
De aquí a una semana, es posible –no probable—que sepamos si, tal y como algunos avanzan, habrá que repetir estas elecciones, porque resultaría imposible formar un Govern estable, coherente y duradero: hoy, todo son cábalas acerca de quién podría aliarse con quién para constituirse en muy extraño compañero de cama gobernante. La confusión, a cinco días de la carrera hacia las urnas, es tan total como lo era antes de que, dando un puñetazo sonoro sobre la mesa, Mariano Rajoy disolviese el Parlament, cesase a todo el gobierno catalán, instaurase una dura aplicación del artículo 155 de la Constitución y convocase, desde Madrid, estas elecciones, que son autonómicas, pero mucho más, obviamente, que eso.
Pero luego Rajoy no ha hecho más que eso: el futuro post-21-D es un misterio que tampoco estoy seguro de que se desvele de aquí a una semana. El presidente del Gobierno central no ha mostrado con claridad sus cartas ni sobre el alcance de una posible –probable—reforma constitucional, ni sobre las medidas que tomaría, con sus aliados constitucionalistas, si es que siguen siéndolo, para pacificar el oleaje social en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Y la verdad es que en esta campaña, tan vacía en ideas, solamente se ha escuchado, al respecto, la sugerencia de Miquel Iceta en el sentido de que habrá que proceder a indultar a los hoy –y mañana—encarcelados, una propuesta que ha provocado oleadas de reacciones, casi todas, por cierto, en contra.
Pero, de aquí a una semana, puede que veamos cómo cambia la veleta de la opinión pública y publicada. Tengo para mí que el Ejecutivo de Rajoy se verá forzado a ejercer alguna medida de gracia para empezar a restañar las gravísimas heridas que entre todos –sí, ellos son los que más se han autolesionado, pero…– nos hemos producido. Y sí, el globo-sonda lanzado por Iceta es una táctica electoralista , pero es más que eso: tendremos que acostumbrarnos, y eso es algo que empezará a percibirse de aquí a una semana, a que muchas cosas van a cambiar, muchas consecuencias se van a producir, tras el tsunami político desencadenado a raíz de las elecciones generales de hace dos años, aquel 20 de diciembre de 2015.
Creo que entre los cambios figurará, en primer lugar, el tono de las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Un talante más benévolo que el actual, tan belicoso, va a hacerse preciso. Y en ese marco, quizá la palabra ‘indulto’, hoy tan denostada en según qué ámbitos, adquiera connotaciones más amables.
Pero ya digo: todo eso será de aquí a una semana. Hoy, todo es confusión demoscópica, banalidad en los discursos, enfrentamiento total entre quienes desean separarse de una España a la que odian y los que temen mucho más a ese futuro aislado que a mantenerse como parte de un país que, admitámoslo, no les resulta del todo simpático. Y es eso lo que, de aquí a una semana, tendremos que empezar a modificar. Los de este lado tendremos que ser más simpáticos, nos guste o no serlo. Y en eso sospecho que tiene razón Iceta.
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