Uno tiene la sensación de que esta semana comienza algo así como la reconstrucción de la política, una nueva vuelta de tuerca a la rotación de nuestro pequeño mundo: comparecencias (importantes) de ministros en el Parlamento, tradicional ‘apertura de curso’ del Partido Popular en Cotobade, presentación del próximo (y sin duda relevante) Congreso del PSOE…A menudo se siente uno tentado de pensar que en el secarral político español no queda otro remedio que esperar un giro copernicano, algo nuevo de veras. Y ese giro es ahora cosa de dos: de Pedro Sánchez y de Pablo Casado. En sus manos está procurar lo que sería el contento, aunque fuese coyuntural, de muchos.
A menudo se ha acusado como anomalía política el hecho de que el jefe del Gobierno y el líder de la oposición se den la espalda y apenas se hablen durante meses, agravada esta circunstancia por el hecho de que en cuestión tan grave como Afganistán, que va a cambiar algunos equilibrios geopolíticos en el planeta, se haya producido un disenso –por decir lo menos.—entre las dos fuerzas mayoritarias. Una ausencia de comunicación y pacto denunciada, con justicia, por Casado, que, sin embargo, ha caído en la tentación de utilizar el tema afgano como artillería contra el Gobierno, a veces empleando munición gruesa, inexacta y caducada.
Pero es cierto también que el presidente del PP ha ofrecido pactos –algunos pactos—a un Ejecutivo cuyo presidente ni le responde. Creo que la ciudadanía debería exigir acuerdos en una muy amplia gama de asuntos cruciales para el buen desarrollo democrático del país: en Cataluña, en la confección de futura Ley de la Monarquía –que ya preparan entre Zarzuela y Moncloa–, política exterior, Justicia, Sanidad, Educación, la España vaciada (Casado debería participar en las Conferencias de Presidentes Autonómicos), fondos europeos (con una comisión independiente), reforma de la Administración e incluso una modificación de aspectos constitucionales que reclaman una urgente mano de pintura.
¿Le parecen a usted demasiadas cuestiones, piensa que no quedaría espacio para hacer oposición según el clásico modelo del juego de partidos? Pues ahí tiene usted una lista de cuestiones en las que la crítica y la contestación al Gobierno de Sánchez pueden ejercitarse a placer: falta de transparencia, mala gestión de no pocos ministerios (otros, en cambio, pienso que están funcionando adecuadamente), excesivo abuso del Estado (incluyendo una abultadísima nómina de asesores), escaso respeto a la división de poderes de Montesquieu y, por tanto, mal funcionamiento del sistema judicial y parlamentario, con un sobredimensionamiento del Ejecutivo. Una democracia deficiente, en suma.
Creo que los dos hombres de los que, en buena parte, depende nuestra satisfacción política –la mía, al menos, y pienso que la de muchos—han de sentarse urgentemente a hablar, deslindar lo que no funciona de lo que son críticas absurdas al gobernante (¡¡hasta por estar en zapatillas en un zoom de Estado desde La Mareta!!) y estudiar lo que, en una democracia avanzada y razonable, debe ser el juego Gobierno-oposición, especialmente en momentos tan delicados como el actual.
La coalición PSOE-Unidas Podemos, salvando el caso excepcional e inédito de Yolanda Díaz, que nada como puede entre varias aguas, simplemente no funciona, y la marcha de Pablo Iglesias ha dejado al partido morado en la irrelevancia. Tengo para mí que, contra lo que quisieran en algunos círculos, tampoco funcionaría bien, para los interesas nacionales, una coalición PP-Vox. Sobre esto es sobre lo que me parece que deben meditar muy a fondo los dos hombres de los que, si bien lo miramos, depende en buena parte nuestra felicidad. ¿Para cuándo esa inevitable ‘cumbre’ de La Moncloa?
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