El horror de los veinte mil. O cuarenta mil…

Cuando escribo estas líneas, bordeamos la cifra oficial de los veinte mil muertos por la pandemia desde comienzos de marzo; muchos más, como usted sabe, por el deficiente conteo que se ha realizado, en España y en casi todos los países. Y esta es apenas una de las muchas deficiencias que pueden observarse cuando hemos sobrepasado el mes de confinamiento y hemos puesto rumbo a lo que puede ser un mes más de reclusión antes de que, tímidamente y paso a paso, empiecen a levantarse las medidas. Entretanto, mucho más de medio millón de denuncias por saltarse la imposición de quedarse en casa y puede que también hayamos puesto rumbo a los tres millares de detenidos: veremos en qué queda todo eso.

Creo que no podemos seguir impávidos con estos datos. Amontonando sanciones y, lo que es mucho más grave a mi entender, amontonando muertes sobre las curvas demográficas sin detenernos a pensar qué vamos a hacer con todos y cada uno de los que se nos han ido. Gentes con nombres y apellidos, con toda una vida contribuyendo a hacer esta España del bienestar, con familiares destrozados por no haber siquiera podido abrazarles. Me pareció acertado el homenaje que les hizo el Rey –al fin con corbata de luto—y creo que no se debe esperar ya mucho hasta que el Gobierno les haga el anunciado homenaje, que nunca puede ser exclusivamente del Ejecutivo. Qué menos, ahora que andamos a la busca de pactos, que un gran acuerdo nacional que nos recuerde que todos y cada uno de esos veinte mil –que puede que sean más del doble, te confiesan sin rubor los portavoces oficiales—son merecedores del máximo respeto y de la gran despedida pública que es imprescindible darles.

Una de las fuentes de bochorno que me atenazan en estos días es ver que unos posponen el luto oficial porque otros, de distinto signo político, lo han impuesto en su Comunidad Autónoma. Nuestros representantes están convencidos de que todo puede esperar: el acuerdo político, el acuerdo para paliar la catástrofe económica y hasta el pacto para honrar, en grande, a nuestros muertos, que son todos y cada uno de ellos.

Me parece que ni Pedro Sánchez sabe hacer pactos –suponiendo que los desee tanto como dice, que confío en que sí—ni lo sabe tampoco Pablo Casado, en cuyas manos dubitativas está ahora la posibilidad de hacer una oferta a Sánchez, con exigencias incluidas, que este no pueda rechazar so pena de pasar como un felón a la Historia. Ni Sánchez solo o, menos aún, acompañado por sus actuales ‘colegas’, ni Casado, ni el terrible Torra en su autonomía, ni Urkullu en la suya, nadie puede, en solitario, arreglar la terrible catástrofe que se nos ha echado encima, de la que la primera muestra son esos más, muchos más, de veinte mil muertos. Ni podremos, ni deberemos, eludir mañana hacer recuento de lo que se ha hecho mal, desde las mascarillas hasta las estadísticas, pasando por la (des)coordinación territorial.

Pero, sobre todo, cuando tengamos que levantar un dedo acusador quizá tengamos que hacerlo por el hecho de que las fuerzas políticas prefirieron el lucro partidista a la búsqueda de soluciones conjuntas, prefirieron la crítica feroz –en esto Vox se ha llevado la palma—a la colaboración entre todos. Y de este reproche no se salva casi nadie –tengo que hacer la excepción expresa del ‘actual’ Ciudadanos, una vez desaparecida la sombra nefasta de su fundador–.

Quizá, en el fondo, todos seamos merecedores de algún reproche: hemos sido incapaces de sobrecogernos ante esa cifra pavorosa de muertos, muchos de ellos nuestros mayores. Cuando se llega a un número (teórico, repito: es mucho mayor) tan redondo como veinte mil, récord mundial en proporción a la población, hay que ponerse a pensar en que algo no ha ido bien, se ha hecho muy mal. Después de haber temblado un buen rato, claro. Quizá por eso, para que los ciudadanos no nos pongamos a reflexionar en serio sobre lo que se ha hecho equivocadamente, por decir lo menos, es por lo que se retrasa tanto ese gran día de homenaje. Mientras tanto, cada cual se sigue poniendo medallas: qué bien lo están haciendo todos. Dios mío…

fjauregui@educa2020

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *