Ahí sigue, como si nada pasara bajo los puentes que unen las orillas de las aguas subterráneas de Moncloa. En mayo, en ese mes de mayo que se predice lleno de acontecimientos y de conmemoraciones ‘indignadas’, Mariano Rajoy Brey va a cumplir dos mil días en La Moncloa, desde que, en noviembre de 2011, llegó al palacio presidencial acondicionado por Adolfo Suárez y engrandecido y complicado por sus sucesores. Rajoy ha visto pasar ante su puerta los cadáveres de enemigos y también de amigos: así, él era el único no (demasiado) comprometido en el futuro en la foto de los ‘cuatro grandes’ europeos reunidos en Versalles al amparo de los fogones de Paul Ducasse.
En sus muchos –treinta y seis– años a bordo del coche oficial ha contemplado, impasible, cómo se despedían muchos de la vida política: su mentor Fraga, su antecesor y no precisamente amigo Aznar, su rival ‘Espe’ Aguirre, su enemigo mortal Pedro Sánchez —-¿que vuelve para amenazar su podio? No lo acabo de creer: veremos qué hace Susana Díaz desde el próximo 26 de marzo–. Hasta el sindicalista Toxo, que tiene más o menos la misma edad que Rajoy, dice que se retira para dejar paso a los nuevos tiempos. Pero, para el marianismo, los nuevos tiempos son estos tiempos que corren (bueno, eso de correr, metafóricamente, es una parábola en el caso de Rajoy). Para él, sospecho, buenos tiempos, con todo.
Ha visto pasar a Pujol y a Artur Mas –es posible, ejem, que algo les haya ayudado en el tránsito: para eso tiene lo que un amigo califica como ‘la caja de las bombas’, o sea, dossieres y tribunales–, se ha enfrentado a la soledad del Tinell y al reciente pacto Ciudadanos-Podemos, una ‘pinza’ que él va diciendo que durará poco y que su portavoz monclovita asegura que se trata de simples ‘manitas’ de dos formaciones que, simplemente, no casan y no consumarán la relación. Tiene el partido más cohesionado de España, aunque puede que no sea el más numeroso, como demuestran los datos reales que se manejan ante los congresos regionales, y se ríe de esas presuntas peleas de ‘barones’ autonómicos del PP: ¿qué le importa a él quién sea el presidente de los ‘populares’ en Castilla y León, o en Baleares, o en Cantabria, o en Rioja, por poner algunos ejemplos? ¿Es que, gane quien gane, el vencedor le iba a cuestionar a él, que bastante se ha cuidado con no mostrar sus preferencias por unos u otros candidatos? Y, en todo caso, ¿son los líos internos en el PP comparables a los que tienen en el PSOE , que menuda merdé, o incluso en Podemos, para no hablar ya de la formación que aún gobierna en Cataluña?
En muchos años observando la vida política, no le he visto alterarse ni una sola vez. Nunca. No es que él permita que le sigan muy de cerca, es la verdad, porque he visto pocos políticos tan distantes del humilde informador como él, aunque dicen sus íntimos que gana en los espacios cortos. Quién sabe. Me constan la antipatía personal que le tiene Albert Rivera, que se siente traicionado por él en su ‘pacto de investidura de los ciento cincuenta puntos’. Y, en cambio, contemplo la sintonía de la burla galaica que comparte, desde divergencias siderales y el acuerdo imposible, con Pablo Iglesias. Así como me consta su aproximación táctica y estratégica al presidente de la gestora socialista, Javier Fernández, dicen que estos días más agobiado que nunca ante una hipotética victoria de Pedro Sánchez en unas primarias, en mayo –todo va a ocurrir en mayo, parece–, que rajaría en dos el partido fundado por Pablo Iglesias (Posse) en 1879, nada menos.
Entender a Rajoy, predecir cuáles serán sus pasos –cuando la impresión, creo que errónea, es que no da ninguno–, resulta muy difícil. No es cosa sencilla, no, más allá de contemplar ‘lo previsible’, o sea que nada vaya a ocurrir, saber qué anida en la cabeza mariana. ¿Adelantar elecciones? Ya ha dicho que no (este año, al menos, pase lo que pase con los Presupuestos…de mayo), y yo le creo, pero vaya usted a saber qué diablos haría si Sánchez ganase las primarias socialistas, lo que ahora se contempla como quizá posible, y si cediese a los cantos de sirena de Pablo Iglesias (Turrión) para tratar de derribar a Rajoy con una moción de censura. Proyecto algo loco del morado, a la vista de lo que dicen las encuestas y el sentido común, pero que ahí está, de todos modos.
Y Rajoy, ya se lo digo yo a usted, no está por permitir que le derriben, no solo por cuestiones personales, sino porque cree que ese ‘Gobierno de progreso’ presidido por alguien como Sánchez y vicepresidido por alguien como Iglesias, un Ejecutivo que estuvo a punto de hacerse realidad en enero de 2016, no le vendría nada bien a España. Y en ello anda también Susana Díaz, que va a justificar su bajada a la arena, cuando lo anuncie el próximo día 26, precisamente en eso: en que hay que cortar el paso a la ‘aventura pedrista’, que para nada convendría a este país. Y es que de eso se trata: creo que, si hay un pacto de futuro entre partidos, por ahí irían las cosas cuando se cumpla el bimilenio…bipartidista.
fjautegui@educa2020.es
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