Supongo que muchos españoles, que no podemos desplazarnos a disfrutar del ‘puente’ del 12 de octubre, nos consolaremos viendo cómo Rafael Nadal gana –confiemos—el Roland Garros. “Menos mal, nos queda Nadal” me dijo ayer un amigo afortunado (no vive en Madrid) que viajaba a París a ver a su ídolo. Así que, con este pareado y tras una semana aciaga, decidí titular este comentario. Con todo mal, menos Nadal. Y Portugal.
Porque mal, lo que se dice mal, se están haciendo las cosas a conciencia. Los últimos días han superado las expectativas en lo referente a la pésima actuación de nuestros representantes. No quiero hablar ya (más) de lo ocurrido en Madrid: culpe el lector a quien mejor le parezca, como hacen algunos medios de uno u otro signo; yo no libro ni al Gobierno central ni al autonómico del desastre que ha acabado en una declaración unilateral del estado de alarma…para implantar las mismas medidas que ya estaban en vigor. Y para meter, eso sí, el susto en el cuerpo de los ya aprensivos ciudadanos, contribuir a la ruina total de miles de hosteleros y sembrar una desconfianza todavía mayor hacia quienes se dicen nuestros representantes. Confiemos en que, al menos, todo ello ataje las terribles cifras del rebrote del virus.
Pero es que, además, han ocurrido muchas otras cosas, al margen de la guerra Moncloa-Puerta del Sol. La remisión del ‘caso Dina’, que tanto afecta al vicepresidente del Gobierno, al Tribunal Supremo, por ejemplo. Conste que no creo que este ‘affaire’, por muchos motivos tan pegajoso, vaya a tener traducción penal alguna, por mucho que el juez instructor, Manuel García Castellón, a quien conozco de antiguo y sé de su meticulosidad, crea lo contrario. Sucede que el magistrado se ha sentido engañado por Pablo Iglesias y está actuando en consecuencia, mientras los ataques en su contra desde Podemos se multiplican: “un golpe de Estado judicial”, dicen, nada menos, los ‘morados’. Claro que desde la derecha más dura se habla de que Sánchez ha impuesto a la presidenta Díaz Ayuso “un 155 sanitario”. Por exagerar, que no quede. Pero este ‘affaire Dina’ va a tener consecuencias políticas, ya que no penales, vaya si las va a tener.
Y más: el viaje del Rey a Barcelona, en compañía de Pedro Sánchez; creo que fue una oportunidad no del todo aprovechada para lanzar un discurso con carga mucho más honda. Y, así, la repercusión de este acto, de relativa significación, ha sido mucho menor de lo esperado, al margen de los reproches que los más hostiles lanzan a Sánchez por ‘tutelar’ (¿?) al monarca. Yo pienso que lo que el presidente hizo fue sacar la pata que había metido anteriormente con la prohibición de una visita del jefe del Estado a la Ciudad condal para asistir a un acto judicial. No más. Ni menos.
Por no reprochar, ni siquiera reprocho que Sánchez, tras alarmarnos a todos, decidiese irse a Lisboa este sábado, acompañado de tres cuartas partes del Consejo de Ministros (sí, también Iglesias, claro) para una ‘cumbre’ hispano-lusa. Hay a quien le ha parecido muy mal este viaje, perfectamente aplazable, dejando al país en el estado algo catatónico en el que se encuentra. Yo, en cambio, aplaudo esta visita al país vecino: tal vez los nuestros aprendan algo sobre la mesura, la unidad y el sentido común con los que los portugueses están afrontando la pandemia y sus consecuencias económico-sociales. Menos mal, nos queda Portugal. Y Nadal, ya digo.
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