Nunca he sido un fanático del marianismo rajoyista: demasiado impasible y poco reformista es el personaje para mi gusto. Pero he de reconocerle temple y una capacidad política que, desde luego, no tiene la mayor parte de sus oponentes. Excepto, creo, Albert Rivera, que acaba de salir de la cierta atonía en la que se encontraba. La creación de esa comisión que investigue la pasada financiación irregular del PP, en la que Ciudadanos, el principal impulsor –porque firmó un pacto con el PP que los ‘populares’ se han resistido a cumplir–, se une a socialistas y ‘podemitas’, es un paso inédito en nuestra historia parlamentaria: vuelven a dejar al PP solo, y esta vez no es solamente en el absurdo caso de Murcia.
Siempre he pensado que es Rivera quien debe impulsar, visto cómo anda el PSOE, el regeneracionismo en España. Pero no será a través de esa comisión parlamentaria, que creo que va a ser beneficiosa al menos para hacer ruido contra la corrupción, como se consigan resultados tangibles frente al inmovilismo relativo que muestra Rajoy; creo que Rivera debería haber aprovechado la oportunidad de entrar en el Gobierno central, como debería haber entrado en otros gobiernos autonómicos –en el de Madrid, sin ir más lejos. Tal vez, incluso en Andalucía–, para, desde allí, incordiar impulsando reformas. ¿Acaso no sería un factor novedoso y gratificante un Gobierno de coalición PP-C’s, ya que no pudo ser con el PSOE por culpa de Pedro Sánchez, en el que un vicepresidente Rivera hiciese, con perdón, de mosca cojonera, obligando a los ‘populares’ a impulsar los cambios que el país necesita, incluyendo los constitucionales? Y, por otro lado, ¿no tendría más fuerza el Gobierno central que Rajoy preside para negociar con los catalanes independentistas?
No ha sido así, y ahora el PP se encuentra solo en el Ejecutivo y en el Legislativo. Puede que Rajoy no saque adelante los Presupuestos ni las medidas presupuestarias urgentes; puede que Pedro Sánchez gane las elecciones primarias en el PSOE y se alíe con Pablo iglesias para tratar de derrocar al Gobierno con una moción de censura. Y que, antes de que eso ocurra, Rajoy se lance por la vía de una convocatoria anticipada de elecciones, que es algo que no convendría sino a los intereses del PP, que todos saben que saldría reforzado de las urnas.
Creo que el país no necesita elecciones ahora, ni en Murcia ni a escala nacional, aunque puede que sí las necesite en Cataluña para aclarar el panorama –que ya se ve que está bien turbio– y ver con quién tiene que negociar el Gobierno central una solución frente al caos secesionista. Me parece que España precisa, tras el extremadamente convulso año 2016, una pasada por la tranquilidad. Una pasada, en fin, por una temporada de Rajoy, aunque sea la suya una tranquilidad de calma chicha, muy poco constructiva. Pero ahora admitamos que Mariano Rajoy es figura respetada en Europa, tiene un partido –que, desde luego, no cuenta con ochocientos mil afiliados, contra lo que se dice oficialmente: los congresos regionales están demostrando que ni la cuarta parte—que, con todo, es el mejor organizado y el más cohesionado de la nación. Y tiene ‘autoritas’, en parte porque muchos de sus oponentes la han perdido. Y porque no comete errores, dado que tampoco arriesga en ninguna jugada.
Nos queda Rivera, que es figura cuya seriedad potencial reconozco. Y su gran error, el de siempre: preferir el bien del partido al bien de la nación, que ansía reformas que con una coalición PP-socialistas hubieran podido ser, y más si esa coalición se hubiese hecho tripartita. Ahora se nos agita de nuevo el fantasma, posible aunque afortunadamente no probable, de un intento de Ejecutivo presidido por Sánchez y vicepresidido por Iglesias, aunque quién sabe por dónde andan los juegos subterráneos. Ya he dicho algunas veces que el país no puede estar pendiente de los ‘dos pedrossánchez’, el murciano y el socialista madrileño. La partida que se juega en el mundo, en Europa, en la España amenazada por las aspiraciones secesionistas de una parte de Cataluña exige mucha mayor seriedad y sacrificio en los planteamientos, mayor altura de vuelo, olvidarse de ‘Murciagates’ y de maniobras orquestales en la oscuridad.
Hoy por hoy, qué le vamos a hacer, Rajoy es la única esperanza que nos queda. Durante un rato, claro. Las alternativas son demasiado peligrosas, demasiado vanas, demasiado mal hilvanadas. Es el momento de que Rivera decida cuál es su alternativa: con Podemos ellos no pueden.
fjauregui@educa2020.es
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