Si analizamos con cuidado las tripas de las encuestas, comprobaremos un hecho indesmentible: a los ciudadanos la política les resulta antipática. Y de que recuperen la empatía con esa gente corriente a la que la ‘clase política’ desdeña, o eso creen al menos los encuestados, depende el éxito o fracaso de un líder o de un partido en las próximas elecciones generales, seguramente dentro de dos años. Claro que no todas las formaciones partidarias muestran la misma lejanía: lo vamos a comprobar en los ya inminentes cónclaves y congresos que se avecinan.
Pregunté un día, ya lejano, al presidente Felipe González, durante un vuelo a Filipinas, si consideraba que su partido, el PSOE, era antipático. “Pues claro que no hacemos una política antipática”, me dijo, un punto indignado. Una respuesta que hizo la portada del periódico en el que yo entonces trabajaba, El País. El líder nunca se considera alejado de ‘su’ pueblo, y piensa que una subida de pensiones más aparente que real, y lo mismo sea dicho de, por ejemplo, el salario mínimo o un pretendido combate contra la subida de la luz, le basta para acercarse a su electorado.
Pero lo cierto es, si lo sabremos los periodistas, que lo sufrimos en primera línea, que los partidos muestran una conducta muy distante del trato debido a quien les vota y les financia. La hostilidad al informador poco amigo, al que hasta se le hurta la concesión de entrevistas; la falta de transparencia y hasta el utilitarismo feroz patente en respuestas como la de la ministra Maroto exaltando el ‘maravilloso espectáculo’ turístico de la isla de la Palma arrasada por la lava, muestran un escaso amor a la ciudadanía y un equivocado estado de lisonja al electorado.
He seguido muy de cerca y durante mucho tiempo a los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP. Aun declarándome un socialdemócrata moderado, he de decir que el primero resulta mucho más impermeable a la crítica, a la indagación y hasta a la mano tendida que el segundo. Claro que la formación gobernante siempre está mucho más cerrada a la ‘curiosidad’ del exterior que quien se halla en la oposición. Pero uno, que arrastra mucha veteranía en la profesión, se ha sentido siempre como más rechazado por aquellos de los que, sin embargo, quería sentirse más cercano.
Contemplo con relativo escepticismo tanto la convención del PP –plagada de diferendos inventados– como el congreso del PSOE, que muestra, no sé si con realismo, un partido tan pacificado en relación con otros congresos anteriores que parece casi monolítico: ni una crítica, siquiera procedente de esos ‘barones’ en los que hemos tratado de encontrar a veces posiciones de algún diferendo en algún tema con respecto a las posiciones del ‘jefe’. Veremos qué sorpresas nos prepara el ‘mago de la imagen’ en una ‘macro reunión’ socialista preparada por el excesivamente discreto Santos Cerdán y la enemiga de la información –tengo experiencias propias sobre eso– Adriana Lastra.
A Sánchez, que es de todo menos simpático, por más que utilice bien las argucias –no siempre acertadas– de sus especialistas en comunicación, hay que reconocerle que se ha hecho con el control total, quizá por primera vez en su historia, de un PSOE con 142 años a sus espaldas. Ni siquiera Felipe González en sus tiempos de mayor gloria. Lo que es todo un mérito de Sánchez, cuando hace cuatro años mendigaba el voto en las primarias frente a Susana Díaz, tras ser defenestrado casi literalmente de Ferraz. Por el contrario, a Pablo Casado, que resulta bastante más cercano y dialogante, se le abren cráteres de fuego amigo tras haber ganado, menos traumáticamente que su adversario Sánchez, sus propias primarias en 2018: en el PP siempre andan pegándose tiros en el pie.
No quiero ser equidistante: en materia de simpatía, hay diferencias entre los dos grandes partidos, y quienes, con mayor o menor sintonía política, siguen informativamente al PSOE han podido constatar las casi nulas facilidades informativas que se les depara en la sede de Ferraz; compruébelo, si no, en los últimos libros escritos por compañeros/as encargados de narrar las peripecias de esta formación.
Sí he de decir, en todo caso, que les toca a ambos ahora aprovechar sus respectivas e inminentes ‘cumbres’ para intentar conectar con sus electorados y con quienes aún no les votan. Sánchez está bastante libre del aliento en la nuca de Podemos, y Casado trata de no mostrar una excesiva dependencia de Vox. Los dos partidos extremistas no son precisamente un ejemplo de amor y sintonía con quienes no les son del todo adeptos: baten el récord de antipatía, al menos con los periodistas, que aún aspiramos a ser los intermediarios entre las fuentes y la opinión pública. Aguardo con expectación para poder comprobar si los mayoritarios han entendido el mensaje que todos los días les envía la calle, al parecer sin ser, hasta el presente, demasiado escuchada, ni siquiera oída.
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