Comprendo que un caso como el del pequeño Gabriel Cruz haya acaparado titulares y angustias, y hasta entendería, quizá, algunas dosis de amarillismo que han salpicado ocasionalmente a los medios, a los comentaristas. Estuve en un programa de televisión en el que un pretendido experto vertía sospechas la pasada semana sobre los padres del niño. A continuación, el padre de la infortunada Diana Quer, en el mismo programa, reprendía al tal experto: él sabe lo que es sufrir en carne propia tales especulaciones gratuitas.
Tenemos que tener un enorme cuidado con lo que decimos para evitar herir sensibilidades que ya están a flor de piel, así como para no entorpecer investigaciones policiales. Yo creo que, ante hechos horribles como el asesinato de Gabriel, los periodistas jamás debemos pretender encontrar ‘exclusivas’ o ir más lejos que nadie en nuestras hipótesis; esto, me parece, habría de ser una obligación deontológica autoimpuesta. Esto, y también huir de la explotación del dolor ajeno.
Pocas veces como este fin de semana he sentido palpitar con mayor intensidad mi corazón de periodista y pocas veces he sido, al tiempo, más consciente de los daños que los informadores podemos causar a gente inocente o presuntamente inocente: la palabra ‘presunto’ tiene que recuperar su valor primigenio, y no ser, como ‘imputado’, objeto de todo tipo de retorcimientos.
Me parece que ha llegado la hora de que refresquemos algunos aspectos de esos códigos deontológicos que algunos quisieron imponernos. Lo digo ahora, precisamente ahora, cuando en otros campos -políticos- la libertad de expresión se recorta, porque la sociedad se tensa y cierra filas en torno a las verdades propias, sin contemplar que hay otras verdades, aunque sean ajenas.
Periodista no puede, no debe, serlo cualquiera. Hay que retomar viejos compromisos de imparcialidad, de veracidad, de honradez y de valor. También, paralelamente, de sensibilidad. No podemos dejarnos arrastrar por la crueldad que no pocos a los que me atrevo a llamar energúmenos derrochan en las redes sociales, tantas veces de forma anónima. Nosotros hemos de ser otra cosa, y pienso que no está de más advertirlo hoy, precisamente hoy.
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