Cierto es, a la hora de los balances, que este primer año del Gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos (el aniversario se cumple dentro de catorce días) ha sido intenso. Y cierto también que no puede decirse que la mayor parte de los ministros, y desde luego, su presidente, hayan estado de brazos cruzados. Se han hecho muchas cosas, unas mejores que otras, en medio del clima asfixiante dictado por una pandemia como el mundo no había vivido desde hace un siglo. Pero no sé si esto justificaba el largo ‘sermón de La Moncloa’ con el que el jefe del Ejecutivo nos obsequió a los españoles como rendición de cuentas de lo actuado.
‘Cumpliendo’ es el nuevo eslógan ideado por Iván Redondo para decirnos que el Gobierno ha hecho eso: cumplir con los compromisos anunciados cuando, el 13 de enero, asumió un poder como posiblemente nadie iba a tener en la historia de la España democrática. Reconociendo, como reconozco, los logros, pienso que mi compromiso como periodista consiste también en señalar las carencias y fracasos, que, lógicamente, para nada fueron abordados en el muy autosatisfecho y nada autocrítico balance presidencial. Como lo primero, es decir los logros, fue glosado hasta la saciedad por un presidente altamente cualificado para beneficiar su propia imagen, cabría destacar algo de lo segundo, es decir, lo que no se dijo o se dijo de manera insuficiente.
Resulta difícil competir con un personaje mediático que, además, acapara necesariamente, por razón de su cargo y sus poderes, la atención de los medios. La falta de transparencia ha sido, en general, grande y las posibilidades de debatir críticamente con el Gobierno (o los gobiernos, que el partido coaligado no ha perdido ocasión de mostrar que Unidas Podemos también existe) han sido prácticamente nulas; además, la oposición (o las oposiciones) ha carecido de la contundencia, de la estrategia y de las tácticas precisas para imponer ese debate crítico, en el Parlamento, en los medios y, por qué no, en la calle.
Nada sustancioso le escuché al presidente acerca del necesario pacto con la ‘otra España’, con la que se ha abierto una brecha que tanto el Gobierno como, en menor medida, la propia oposición se han afanado en ahondar. Tampoco hubo reconocimiento de los obvios –y hasta comprensibles– fallos en la gestión de la lucha contra la pandemia, entre ellos la politización que se ha hecho –y también desde la oposición, claro—de la misma. Mal asunto cuando no se asume que se han hecho deficientemente algunas cosas, porque corremos el riesgo de repetir las equivocaciones.
No puede ser que entremos en 2021 hablando todos de los pactos necesarios y, al tiempo, poniendo, todos también, palos en las ruedas de cualquier acuerdo, por mucho que se hable de un ‘posible pacto de la Corona’ para reformar la figura del jefe del Estado en una institución que ha de ser renovada en sus aspectos más superados ya por la realidad. Ni puede ser que se prolongue un estado de cosas entre las dos facciones del Gobierno en el que caben dos tesis contrapuestas sobre la forma del Estado y sobre muchas otras cuestiones. Por mucho que Sánchez insista, dudo que pueda concluir la Legislatura, dure esta lo que dure, manteniendo a determinados ministros –y menos aún a determinado vicepresidente—en el Gabinete.
Sánchez no puede concluir el balance de este primer año de Gobierno de coalición así, sin más, con una rueda de prensa (sin repreguntas) tras su larguísimo discurso introductorio y ‘autolaudatorio’ y avalado por un informe más o menos ‘ad hoc’ encargado desde La Moncloa: hace muy bien su trabajo de relaciones públicas de sí mismo, pero tiene que dar mayor margen a ese debate político más en profundidad, que debería tener como escenario no solo los medios, sino, sobre todo, el Parlamento. Por ejemplo, ¿cómo es posible que, tras cinco años sin celebrarse, nadie exija la inmediata celebración de un debate sobre el estado de la nación en el Congreso? Ese debate sería la mejor forma de abordar, parcela por parcela, cuanto se ha realizado o se va a realizar en estos complicadísimos momentos económicos, sociales e institucionales de la vida de España. Y también de afrontar los aspectos más complicados o polémicos. Que fueron, claro está, sobre los que Sánchez pasó de puntillas. O, simplemente, no pasó.
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