Al Gobierno español, cuyos quebraderos de cabeza de índole interna son ya notables, le preocupa que, como dicen algunos sondeos, no precisamente los del CIS de Tezanos, Donald Trump pueda reafirmar su poder en las elecciones de medio mandato a la Cámara de Representantes, Senado y gobernadores del martes en Estados Unidos. Bueno, a decir verdad, el mundo entero está perplejo ante el hecho de que un personaje similar a Trump pueda seguir encontrando el apoyo de casi la mitad del electorado norteamericano; pero es que, además, en el caso de España existe un motivo más de inquietud: nuestra relación ‘privilegiada’ con América Latina.
Y es que, dentro de poco días, a mediados de este mes, se celebra la ‘cumbre’ iberoamericana esta vez en Antigua (Guatemala) en momentos en los que todo el subcontinente, todo, desde México hasta Chile, desde la Argentina de Macri hasta el Brasil del inquietante Bolsonaro, tiene motivos más que sobrados para sentir escalofríos ante lo que vaya a hacer el poderoso y ahora algo desbocado, por decirlo educadamente, vecino del norte. Y España, que es, en el fondo, el país que organiza estas ‘cumbres’ iberoamericanas, que van por su edición número 26, es, además, la que corre con la mayor parte de las cuentas y quien envía –es el único acontecimiento en el que esto ocurre, cada dos años– a su jefe del Estado y a su jefe de Gobierno a la capital a la que bienalmente le toca acoger a jefes de Gobierno o presidentes de todos –o casi todos– los países de Iberoamérica, incluyendo Portugal y Andorra, que es quien organizará el evento en 2020.
Así, Felipe VI y Pedro Sánchez se van a encontrar una América convulsa, con Cuba casi estrenando presidente –parece que Díaz Canel no asistirá a lo de Antigua, aunque pocos días después Sánchez viajará oficialmente a La Habana y el Rey lo hará el año que viene–, con Venezuela en llamas –nadie sabe si Maduro irá a Antigua, aunque casi nadie desea que acuda–, con Brasil como está –y ¡cómo está!–, con México en pleno volantazo de cambio… y todos mirando, glub, hacia el norte. Es el gran momento de la política exterior española, y este gran momento se produce, en esta ocasión, en circunstancias nada favorables para que las cosas salgan bien, así que lo más previsible es que todos traten de sacudirse el compromiso de encima, muchas palabras políticamente corectas y hala, a esperar tiempos mejores dentro de dos años, que Andorra, para colmo, es país vecino a Cataluña y donde el idioma oficial es el catalán. Para entonces todo el mundo, literal, espera que Trump esté retirado, derrotado o en pleno ‘impeachment’. Pero, claro, eso depende en gran medida de los votantes de Texas, de Nevada, de Arizona, más que de los jueces del Supremo, que ya se ve que están controlados por un personaje tan surrealista casi como el propio presidente.
Pues eso, que de surrealismo hablamos. Del Supremo. De control del judicial. De personajes extraños o esotéricos. De corrupción. De lo que puede o no influir en la marcha de todo un país el comportamiento de un Estado federal (o, ejem, autonómico). De patadas a los medios de comunicación. De inmigración y de alambradas. No haré más preguntas, Señoría. Ya digo: siempre nos quedará Trump para consolarnos con que cualquier tiempo futuro puede ser peor.
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