(Son dos personajes sin duda honrados, con ambición política, serie B, con sus claros y sus oscuros. Pero ¿puede la nación girar en torno a ellos dos? Pues no, en mi opinión. La foto del PS murciano, al final, por cuestión de mera composición, no por otra cosa)
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Desde hace años considero a Albert Rivera un político serio, consciente y generalmente atinado. Lo digo desde el comienzo para que quien me lea pueda calibrar la magnitud de su actual deriva hacia la nada, o casi. La escasa envergadura del ‘murciagate’, que al final todos saben que va a quedar en agua de borrajas, aun en el caso de que el presidente de la Comunidad se viese forzado a dimitir por las presiones de Ciudadanos, muestra hasta dónde está llegando la insoportable inanidad de este secarral político en el que se va convirtiendo España. No puede ser, no, que la política de nuestro país, que tan graves amenazas tiene pendiendo sobre su cabeza, gire en torno a dos personajes que son como de serie B y que se llaman Pedro y se apellidan Sánchez, aunque el primero, el murciano, se ponga un ‘Antonio’ entre el primer nombre y el apellido para diferenciarse algo del segundo, que es ese socialista que anda recaudando fieles y dinero para asaltar de nuevo la secretaría general del PSOE que perdió a causa sobre todo de sus errores.
Me duele que un partido tan esencial como Ciudadanos, que hace tiempo que debería haber reconsiderado su error de no haber entrado en el Gobierno de Mariano Rajoy para obligarle a cumplir sus pactos de investidura y forzarle a hacer todas esas reformas que el país necesita y que el inquilino de La Moncloa no quiere hacer, me duele, digo, que se desgaste en que si el presidente murciano tiene que irse porque dijo que, si le imputaban, se iría.
Lo primero, no creo que todo imputado (o investigado, para ser fieles a los diktats semánticos) deba dimitir por principio de su cargo público. Claro que tampoco Ciudadanos lo cree, porque ha presentado una iniciativa en el Parlamento pidiendo que tales dimisiones no ocurran hasta que se inicie la vista oral contra el procesado, no cuando este es meramente imputado (investigado). Así que el ‘murciagate’ se reduce a un caso de cabezonería, un castigo contra Pedro (Antonio) Sánchez por haber firmado, atolondradamente, a cambio de su pacto de investidura con Ciudadanos, que se marcharía si le caía una mera imputación.
A mí, me decía un contertulio la otra noche, ¿qué me importa si el señor Sánchez se va o se queda, cuando parece claro que no se ha metido un euro en el bolsillo? Dad a Murcia lo que es de Murcia y a la nación, lo que es de la nación. Y así, ocurre que en Cataluña, tierra de origen de Ciudadanos y de Rivera, están estallando cada día, como fuegos artificiales, casos de sonrojante corrupción, mientras uno de los que más negligencia ha mostrado ‘in vigilando’ esas corruptelas, Artur Mas, susurra que quiere volver, cual el ‘otro’ Sánchez, al puesto que perdió. Y sucede, en medio de todo esto, que los de la formación naranja se centran en la paja en el ojo murciano, desdeñando la viga en la retina del catalán. Quieren echar a Sánchez (Pedro Antonio) de la presidencia murciana por un quítame allá ese auditorio en Puerto Lumbreras y se callan ante los ya flagrantes incumplimientos por parte del PP de aquellos ciento cincuenta acuerdos que sirvieron para mantener a Rajoy en La Moncloa. Unos acuerdos bastante modestos, por cierto, pero cuyo cumplimiento integral sería muy beneficioso para la democracia española.
Piense Rivera por un momento no solo en su partido, sino en el bien del país; que es algo, pensar en el bien del país, que yo siempre le he elogiado y que ahora parece tener un poco abandonado en algún trastero de su cerebro. Si Rajoy le invita nuevamente a entrar en el Gobierno, negocie esa presencia y embárquese en una Legislatura reformista, regeneracionista, cual mosca cojonera dentro del pétreo Ejecutivo de Rajoy. Tiendan ambos una mano al socialismo que muy probablemente surja de las primarias de mayo y del congreso de junio –una victoria de Pedro Sánchez, el madrileño, acabaría, sin más, con el PSOE, que se rompería de inmediato, así que solo cabe confiar en que gane otro/a–, o sea, vuélvase a la casilla de partida y, entonces, enfréntense los tres al desafío del soberanismo catalán. De una parte de los catalanes. Ni Rajoy y su equipo pueden hacerlo solos ni, posiblemente, eso convenga, aunque el Partido Popular pudiese, con sus solas fuerzas, hacer frente al absurdo referéndum que plantean Puigdemont y los suyos sabiendo que ni podrán hacerlo ni podrán ganarlo y, aunque así fuese, no podrían declarar independencia alguna. Pero, eso sí, nos dejarán a todos, a ellos los primeros, hechos añicos morales. Puede que el país siga unido, pero estará profundamente cuarteado.
Hora es ya, por tanto, de los grandes pactos nacionales. Por la unidad territorial, por la reforma constitucional, por la educación, por el empleo, por el puesto que España debe ocupar en el mundo…Lo único que hay que constatar en este país del chascarrillo y la anécdota es que ese mundo, en el que empiezan a imperar, glub, los Trump y los Putin, no empieza ni acaba en Murcia, Comunidad tan digna de respeto como cualquier otra, pero no merecedora de tanto ruido oportunista. Y Rivera, que se vaya a donde más útil sería: a incordiar desde la vicepresidencia del Gobierno, que eso es lo que Sánchez, el socialista, debería, pienso, haber hecho en su momento, entrar en una gran coalición, y ya ve usted, en cambio, dónde estamos: de crowdfunding, manda carallo.
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