Hay una solución al margen de Sánchez y de Feijoo, pero es imposible

El bloqueo político asoma el pie en el quicio de la puerta. Circunstancias increíbles, desde la propia, dudosamente constitucional, convocatoria por Pedro Sánchez de unas elecciones generales hasta las consecuencias que cada cual ha sacado de los ajustadísimos resultados en las urnas, han disparado las especulaciones, las propuestas más o menos calenturientas. ¿Hasta dónde llegan las facultades del Jefe del Estado para desatascar la situación?.

Pues, según no pocas fuentes y aunque la Carta Magna especifique demasiado poco, la verdad es que Felipe VI podría tener un papel importante para suplir la voluntad de acuerdo que la clase política desdeña. Comprendo, conste, que este artículo no va a gustar a ninguno de nuestros representantes políticos y suscita una hipótesis seguramente muy alejada de lo que efectivamente vaya a suceder, pero al fin y al cabo una posibilidad real.España es país de controversias jurídicas constantes, porque no tiene una legislación que defienda suficientemente al Estado ni una Constitución que hubiese previsto situaciones de nacional-surrealismo como la que nos aqueja: un empate en apoyos en la Cámara Baja para los dos candidatos posibles a presidente, y un desempate hipotético en manos del ‘enemigo público número uno del Estado’, según calificación que no es, por cierto, mía.

Y aquí viene la próxima controversia, ya lo verá usted.De hecho, pocas veces he asistido a disquisiciones jurídicas, algunas casi leguleyas, tan intensas como las que escucho estos días en torno al alcance y obvias limitaciones del artículo 99 de la Constitución, el que habla de la propuesta por el Rey de un candidato a la presidencia del Gobierno, «previa consulta con los representantes de los grupos políticos con representación parlamentaria». Compruebo también que este artículo para nada dice que el candidato tenga que tener la condición de parlamentario.

De ahí, supongo, que el ex primer ministro italiano y ex presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, esté siendo tan citado en esos círculos jurídicos que quieren ‘interpretar’ ,a su modo, lo que la Constitución dejó en el vacío.Draghi, un personaje sin duda prestigioso en su país y en la Unión Europea, recibió en febrero de 2021 del presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, el encargo de formar gobierno una vez que los partidos fueron incapaces de ponerse de acuerdo. Logró forzar un pacto temporal entre varias fuerzas políticas y gobernó hasta que, en octubre de 2022, algunos de sus socios, sore toda la ultraderecha, le retiraron la confianza: al menos se había salvado la situación para unas nuevas elecciones. Claro que la desbordada y a veces calenturienta imaginación política en Italia poco tiene que ver con los métodos ‘testiculares’ del secarral español, pero ahí tiene usted una tercera vía teóricamente posible para desatascar lo atascado, que nos paraliza: ¿tenemos un Draghi en nuestro país capaz de suscitar al menos un acuerdo con fecha de caducidad en el que las principales fuerzas políticas aplazan, al menos aplazan, la batalla?

Sé que sugerir siquiera una intervención en este sentido por parte de nuestro prudentísimo jefe del Estado suena a casi políticamente herético. Pero puede que, tras escuchar a todas las partes que quieran acudir a La Zarzuela ya a finales de este mes, el Rey se encuentre en un aprieto: ¿a quién encargarle primero la formación del Gobierno?¿A Feijoo, que, aunque ya nadie parezca recordarlo, ganó las elecciones y se ha encerrado en el silencio, solo roto por su actividad postal?¿A Sánchez, que, aunque su entusiasmo en los vídeos trate de demostrar lo contrario, no tiene atada la mayoría que necesita para resultar investido y duda, no sin razón, del apoyo que le pueda dar Puigdemont? No veo fácil, acaso ni siquiera posible, encontrar el ‘mirlo blanco’, una figura neutral, con predicamento en Europa, capaz de suscitar un cierto apoyo en nacionalistas y constitucionalistas y de formar un Ejecutivo transversal con acuerdo de la mayoría, empezando por PSOE y PP.

Pero el planteamiento, al menos teórico, está ahí.Qué duda cabe de que Felipe VI, empeñado estos días en ofrecer una imagen de normalidad, acompañado de su familia paseando por el ‘jardinet de la Reina’ en Mallorca, tiene ante sí un serio quebradero de cabeza. Como nunca, una de las dos Españas ha de helarle el corazón, acusándole de apoyar a la otra orilla del abismo. Pero debe tenerse en cuenta que hay una tercera España, al margen de los apoyos a los candidatos que Vox por un lado o  Junts (‘inter alia’) por otro puedan prestar: siempre se puede, sobre el papel, ensayar la baza de un ‘Draghi nacional’ para resolver, interinamente claro, lo que los políticos no han sabido, podido y ni siquiera querido resolver. Pero ¿se puede pedir al Rey que dé un tan inédito paso, aunque sea en el país de lo diariamente inédito? No maten, por favor, a los mensajeros que solo dicen lo que (no) dice la Constitución, esa que todos dicen respetar, pero dándole cada día una patada en la espinilla. Lo que sí está claro es que así no podemos seguir.

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