Los que tenemos ya una edad no podemos por menos que recordar, al ver esta España partida en dos por el ‘tema catalán’ –hoy plasmado en la concesión, ya inevitable, de los indultos a los presos del ‘procés’; mañana será otra la piedra con la que tropecemos—, aquello del referéndum de la OTAN. Treinta y cinco años han pasado desde que Felipe González se atrevió a llevar a una consulta popular el tema de la permanencia de España en la Organización de la Alianza Atlántica, algo que el PSOE, antes de llegar al Gobierno de la nación, rechazaba de plano; pero, una vez gobernando, González se dio cuenta de que no le quedaba otra que permanecer en aquella Alianza ‘pro-USA, belicosa’ y todo cuanto se dijo en la época. Ahora, Pedro Sánchez tiene que forzar un plan de comunicación para conceder unos indultos que dijo, usted recuerda, que no iba a conceder. O sea, como el PSOE con la OTAN, “de entrada no”. Lo que ocurre es que Sánchez no es González, aunque le gustaría. ¿O tal vez sí podría llegar a serlo?
Uno, que lleva medio siglo asomado al balcón de la información diaria, no había visto al país tan crispado, tan dividido, desde aquel 1986 del referéndum-OTAN. Había que ver, en las semanas previas a la celebración de aquella consulta el 12 de marzo, cómo se retorcían argumentos a favor y en contra, cómo se manejaban discursos torticeros, cómo donde se dijo digo se decía Diego, o daga, o dogo. Bueno, al final el mismo equipo que había abominado de la Alianza Atlántica, proclamando el ‘no’, hizo valer el ‘sí’ a la misma, ganó emocionadamente el referéndum e incluso, años después, puso a uno de sus más preclaros representantes, Javier Solana, en la mismísima secretaría general de la OTAN. Quién lo hubiera dicho.
Entonces, como ahora, se produjeron manifestaciones callejeras en contra –más que a favor–, aunque la plaza de Colón no se había convertido aún en lugar emblemático para la increíble oposición de Fraga a una Alianza que estaba mucho más cerca de sus creencias que de las de González. Era el mundo al revés. Y no diría yo que ahora no haya algo de eso: Sánchez se pone a los mandos de una estrategia que, la verdad, me parece que gana terreno cada día. Como decía al comienzo de este comentario, el indulto ahora parece inevitable, e incluso bastantes aceptan que es algo bueno para los intereses de España. Los otros creen que es lo peor, o sea, lo habitual.
Hasta nos parece que Junqueras es menos malo que Puigdemont, el fugado, y nos encanta que el preso de Lledoners alabe su propio indulto (cuando hace dos semanas lo rechazaba, diciendo que se lo metiesen por donde les cupiese, más o menos). Puestos a hacer historia, recuerdo también aquella foto en la que Junqueras posaba su mano paternal sobre el hombro de Soraya Sáenz de Santamaría, antes de –metafóricamente, claro—apuñalarla.
El tema irá empequeñeciéndose en los titulares y dentro de poco veremos al tan mentado Junqueras y a sus compañeros mártires deambulando con toda tranquilidad por el Passeig de Gracia; y yo, la verdad, me alegraré si es para bien, que es lo que aún está por ver. No me queda otra que desear que la ‘distensión’, si es que es tal, entre el Gobierno central y el independentismo catalán salga bien y que la foto de los puños encontrados entre Sánchez y el president de la Generalitat, Aragonés, no acabe en puñetazos y que tenga el sentido que deseamos: el comienzo de una ’conllevanza’ como la que instauraron Suárez y Tarradellas en 1977. Claro que ni Sánchez, repito cambiando la comparación con FG, es Suárez ni Aragonés es el marqués de Tarradellas. Ni creo que el actual molt honorable aceptase de Felipe VI un título nobiliario que su antecesor remoto sí admitió de Juan Carlos I. Claro que seguro que el Rey actual no le dará título alguno al de Esquerra Republicana. Los tiempos cambian, no sé si a mejor.
Sí, supongo que Sánchez lo logrará y los irreductibles en contra acabarán pasando a otra cosa en su oposición. Hasta el Tribunal Supremo tragará, como tantos expertos con puñetas tragaron cuando la OTAN y luego en otras tantas cosas. Pero no hay cuidado: las dos Españas encontrarán pronto otros muchos motivos de confrontación. Por eso, porque la experiencia me dice que esta tormenta se desarrolla, aunque no lo parezca, en un vaso de agua, me permito mostrarme un poco escéptico, al margen de adhesiones e indignaciones. Esperando, repito, que ni la sangre llegue a río alguno ni se produzcan más choques de trenes, que es algo que tanto gusta a esta política testicular nuestra. Eso sí: ni iré a Colón el domingo ni diré que Sánchez es “valiente” por alentar unos indultos de los que anteayer abominaba. Es, simplemente, la política al hispano modo, estúpido.
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