Del cúmulo de insensateces y arengas belicistas con las que en cada sesión parlamentaria nos obsequian los portavoces de los distintos grupos, debo decir que uno de ellos, el más ‘novato’, Edmundo Bal, me ha sorprendido gratamente como excepción. El tal Bal es el último llegado a la política, de la mano de Ciudadanos, partido en el que entró cuando se apartó de la Abogacía del Estado, cesado en sus funciones por ‘pérdida de confianza’ del Gobierno de Pedro Sánchez. Bal, que no siguió la línea gubernamental en el tratamiento del ‘procés’ y fue por ello ‘depurado’, ocupó el cuarto lugar en la candidatura del partido naranja por Madrid, obteniendo el escaño. Hoy actúa como portavoz de su grupo, dado el estado de avanzado embarazo de su jefa política, Inés Arrimadas, que ha renunciado a estar presencialmente en el hemiciclo.
Desde la dimisión de Albert Rivera tras el batacazo electoral registrado en los comicios de noviembre, y de la mano de Arrimadas, Ciudadanos ha consumado un giro hacia los que siempre debieron ser sus planteamientos teóricos antes del erróneo ‘volatazo’ de Rivera tratando de hacerse con el liderazgo de la oposición conservadora: servir de bisagra para consolidar una mayoría de centro izquierda (o, en su caso, de centro-derecha, si el PP hubiese sido el ganador de las elecciones).
Los números hubiesen sido quizá suficientes en anteriores legislaturas, pero la contumaz posición negativa de Rivera impidió el acuerdo con el PSOE de Sánchez. En la legislatura actual, con apenas diez escaños, Ciudadanos no basta para que los socialistas pudiesen formar una coalición con este partido, suponiendo, claro, que Pedro Sánchez eligiese esta fórmula. El Partido Popular tendría que sumarse al proyecto de una u otra forma, en una suerte de acuerdo transversal, casi una gran coalición, al menos parlamentaria. Pero a C’s hay que darle el mérito de haber sido el primero en marcar el único camino de ruptura posible con lo que ahora hay.
Pero, de momento, lo cierto es que Sánchez se mantiene atado a su acuerdo de coalición con Unidas Podemos. Una fórmula que muy pocos creen que podrá pervivir en la situación, terrible, que se abrirá tras el confinamiento y el estado de alarma. La convivencia entre PSOE y UP, dentro del Ejecutivo, se hace cada día más difícil, y la gestión de la crisis económica, moral y social que viene no podrá desarrollarla un Gobierno mal avenido internamente, que depende de la posición que adopten en cada votación parlamentaria los independentistas catalanes y enormemente desgastado por la gestión sanitaria de la pandemia y por los miles de muertos como consecuencia del coronavirus.
Creo que el Partido Popular perdió, ya en el proceso de investidura, la oportunidad de respaldar, críticamente y con exigencia de contrapartidas, a la candidatura ganadora en las elecciones, es decir, la de Pedro Sánchez. Se habría evitado la formación de un Ejecutivo como el actual, que tuvo un difícil parto –Sánchez no quería, inicialmente, aliarse con Pablo Iglesias, y así lo había manifestado claramente—y cuyo horizonte se basaba en la ocupación del poder. No en tener que manejar una catástrofe como la actual, para lo que obviamente no estaba ni remotamente preparado. Mal que bien, y ante el caos reinante, el PP ha tenido ahora que respaldar algunos decretos del Gobierno de Sánchez y hasta tres prórrogas del estado de alarma; difícilmente apoyará nadie a Sánchez para una cuarta prórroga.
Y es ahí donde Ciudadanos, de la mano provisionalmente de Bal, puede jugar un papel clave, apoyando decididamente, como lo hace, un ‘pacto de reconstrucción’ forjado en una comisión parlamentaria que el PSOE y el PP deberían tener la generosidad de permitir que presidiesen los ‘naranjas’, como garantía de que ninguna de las dos mayores formaciones, y menos aún UP o Vox, tratasen de capitalizar la marcha de los trabajos.
Espero mucho, personalmente, de esta comisión parlamentaria, que debería haberse creado ya y estar funcionando, porque no hay tiempo que perder. Confío en que no comiencen ahora los lamentables juegos políticos de reparto de poderes, que harían estéril la idea de caminar juntos hacia una reconstrucción hasta que sean posibles unas nuevas elecciones que pongan las cosas –y a cada cual—en su sitio. Ojalá el pragmático y moderado ‘estilo Bal’, que es eminentemente constructivo, se imponga a los ardores guerreros de otros y otras.
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