Creo que es la primera vez en mi vida que me planteo, al inicio de la jornada electoral, no ir a votar. Estuve demasiados años sin poder hacerlo como para no considerar una especie de fiesta cada peregrinación a las urnas. Hoy, mi desencanto con la clase política es grande. No ha sido una campaña ejemplar porque lo que ocurre entre elección y elección tampoco lo es. ¿Con qué datos va a ir a votar hoy la gente? ¿Qué saben del Tratado de Roma, de cómo se elige a quienes nos gobiernan en Europa?¿Quién se ha preocupado de ilustrarnos al respecto?
Europa ha hecho mucho por nosotros y ni siquiera nos damos cuenta. Ya sé que no somos los únicos europeos poco esclarecidos, indiferentes mucho más que euroescépticos. Pero ¿cómo no serlo?
En fin, para mí la jornada de reflexión se prolonga a este domingo (son las 9.20 de la mañana). ¿Iré? ¿No iré? Prometo contároslo al fin de la jornada. No porque mi caso particular importe, desde luego. Pero sí porque estoy seguro de que son muchos los españoles, los europeos, que, a esta misma hora, y ante el panorama festivo con riesgo de lluvia, o con sol, andan como yo: dudando si acercarse al colegio electoral o no.
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