Escribo desde la inmovilidad forzada en una ciudad cercana a Madrid. La zona en la que vivo ha sido especialmente castigada por Filomena y no solamente no puedo sacar el coche –aunque intentase saltarme las recomendaciones para que no lo haga–, sino que casi no puedo salir andando por un empinado camino helado que sé que no va a ser recorrido por quitanieves alguno. Hay casos más urgentes, me digo, anulando la mayor parte de mis compromisos para esta semana: la cosa aquí va para largo, así que resignación y a dar ejemplo ciudadano quedándose en casa. Pero veo y escucho las noticias y de nuevo una oleada de indignación me atrapa.
Tiendo a no querer culpar ni al Gobierno central, ni a la administración autonómica y ni siquiera a la de mi municipio de la situación en la que me encuentro. Otros están peor. Pero, antes de escribir estas líneas, he tratado de contactar por teléfono con el servicio de emergencias, con los bomberos, con los servicios municipales. En vano. Quiero saber quién nos ayudará a los escasos vecinos de la zona semi rural y cuándo podría acceder o salir alguien en busca de víveres, de gasóleo para la calefacción, a comprar las medicinas precisas.
Cierto: solo han pasado menos de setenta y dos horas desde que la inclemencia nos cayó encima en forma de nieve como nunca la habíamos conocido. Pero se sabía lo que iba ocurrir. Incluso se sabía que unas administraciones culparían a las otras de las desgracias de los ciudadanos, y que ambas acabarían culpando a la gente por no haberse recluido en su totalidad. Los del PP, pala en mano, culpaban al Gobierno central , el Gobierno central a la administración autonómica del PP. El ministro del Interior, alegando que ‘los daños no son tan grandes’ (sin haberlo podido comprobar a esa hora) rechazaba la petición de que Madrid fuese declarada zona catastrófica; luego el Ejecutivo recularía. Quizá acaben reconociendo la catástrofe evidente. Lo que ocurre es que unos y otros son parte de esa catástrofe, agentes del caos.
Pienso que el ciudadano de a pie, a unos y a otros, les importa muy poco. Y al ciudadano de a pie le importan tan poco ellos que, simplemente, desdeña sus recomendaciones, sea en la nieve o en el Covid, crecientemente pavoroso: ni ellos sienten que deben representarnos ni nosotros nos sentimos representados por ellos. Cualquier enfermedad, cualquier crisis, cualquier nevada, evidencia este alejamiento. Así que ni le digo cuando la enfermedad es una pandemia que lleva ¿cuántos?¿ochenta mil muertos y más de dos millones de afectados, casi tantos como en 1918?; o cuando se trata de la nevada del siglo, como en 1904; o cuando la crisis económica que se nos echa encima va a ser no mucho más liviana que la de 1920.
En efecto: ha pasado más de un siglo y constantemente demostramos, y sobre todo nos demuestran, que no hemos aprendido nada.
Fjauregui2educa2020.es
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